Desde el inicio de la creación, Dios se ha revelado a sus criaturas. Conscientes de su amor incondicional por todo lo creado, entendemos que mantiene una comunicación e interacción constante con sus hijos.
Estos, hombres y mujeres creados a su imagen y semejanza, fueron dotados con la capacidad de establecer una comunión íntima con nuestro Padre Celestial, una conexión que nos conduce a la más dulce sumisión y adoración sincera hacia aquel que nos ha dado todo.
La revelación divina fue directa en el huerto del Edén. Sin embargo, a causa de nuestro pecado, perdimos esa capacidad natural de comunicarnos con nuestro Hacedor. Al perder el contacto con nuestro Padre eterno, caímos automáticamente en una condición de muerte: espiritual y física. Desde Adán y Eva, esta muerte se transmitió a toda la raza humana a través del pecado. No obstante, Dios, en su omnisciencia y habiendo decretado todo desde la eternidad, estableció un plan de salvación para su pueblo escogido, un pueblo que hoy se manifiesta en la Iglesia de Cristo.
Este plan de salvación se revela desde el Génesis y está presente a lo largo de todo el Antiguo Pacto. Este Pacto se ha perfeccionado y revelado progresivamente hasta su consumación en el Pacto de Gracia que tenemos en Cristo Jesús.
En tiempos pasados, Dios nos habló por medio de los profetas, pero ahora nos habla a través de su Hijo. ¿Y cómo lo hace? Lo efectúa mediante las Sagradas Escrituras. A quienes llegan a nuestra Iglesia Bautista del Norte, les proveemos la Revelación de Dios a través de la Biblia, la única regla suficiente, segura e infalible para todo conocimiento, fe y obediencia salvadoras. Somos completamente biblio céntricos y adoramos a Dios por medio de su Palabra, utilizando todos los medios de gracia puestos a nuestra disposición.